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Emilio López Arango: Anarquismo y comunismo

De Ideario. Capítulo primero: Doctrina, Tácticas y Fines del Movimiento Obrero.
Ediciones ACAT, Buenos Aires, 1942



Para los comunistas anárquicos la división entre las palabras comunismo y anarquismo no existe. Sin embargo, no siempre corresponde la denominación de las teorías, máxime si a fuerza de sistematizarlas se olvida una parte de su esencia, al contenido que quieren expresar sus fórmulas exteriores o que se supone reside en las premisas de un programa.

No todos los anarquistas son comunistas — y no pocos, creyendo serlo, propagan teorías que niegan los fundamentos económico-sociales del comunismo —, de la misma manera que no deben confundirse las tendencias autoritarias que invocan ese nombre con la verdadera idea de la comunidad, que para ser tal debe inspirarse en principios de libertad y justicia. El anarquismo es una concepción moral, en oposición a los dogmas consagrados y a los prejuicios hechos ley o costumbre. El comunismo es la utopía social, el hecho económico aún no realizado, el medio de convivencia que, si tiene algunos antecedentes históricos en las ciudades libres de la Edad Media y en las primitivas comunidades religiosas, no puede sin embargo ser definido ni con las muertas experiencias del pasado ni con las demasiado agobiadoras realidades del presente.

Si el anarquista es un inadaptado, un descontento instintivo, un hombre que lucha contra la opresión circundante y combate la tiranía ambiente, para que esas cualidades negativas tengan algún valor es necesario que al mismo tiempo plantee, aunque más no sea en teoría, la solución del problema social. He ahí, pues, donde la teoría económica del comunismo se convierte en el objetivo substancial del anarquismo, porque fuera de la sociedad no hay soluciones revolucionarias, justas y equitativas, para la vida del hombre que aspira a ser un igual entre los iguales.

Cabe pues, que definamos el valor o los valores de dos palabras que, unidas, representan una tendencia político-económica en pugna con los principios aceptados por todos los defensores del orden actual. Y nos interesa en particular la definición del comunismo, como base económica de la ideología anarquista, ya que las influencias autoritarias y capitalistas contribuyen hoy a alejarnos de la idea básica de la libertad, de la justicia y del derecho, que sólo podrá ser efectiva en una comunidad de hombres que sepan practicar el apoyo mutuo.

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Entre la teoría política del anarquismo, fuertemente ligada a las corrientes liberales del siglo pasado, y el hecho económico que expresa la concepción comunista, se manifiestan no pocos antagonismos de doctrina y táctica. Desde el individualista adverso a cualquier forma de organización al adepto de la fórmula industrial, hay una variedad creciente de tendencias, escuelas y capillas.

No nos detendremos a enumerar las diferentes corrientes que contribuyen en una u otra forma a crear el caudal ideológico del anarquismo. Lo que nos interesa por ahora es definir la justa equivalencia de dos conceptos que, separados, sirven de denominativo a las tendencias sociales más contradictorias y se prestan a toda clase de confusiones.

El comunismo anárquico, para la mayoría de los que actúan al margen o por encima de la lucha de intereses económicos, entraña un principio de imposición por el hecho de esbozar un programa de futuro. Pero para los partidarios del sindicalismo posibilista la tesis comunista, como resultancia de la evolución social, está subordinado al proceso capitalista y en consecuencia sigue el ritmo histórico señalado por los teóricos del materialismo.

Los que siguiendo las huellas de Marx, aplican la teoría materialista — estrecha y rígida en su pretendido cientifismo histórico — al movimiento de la clase trabajadora, se olvidan de las fuentes del comunismo. Se basan en el hecho de que los problemas sociales están sujetos al imperativo de la lucha de clases, esto es, al antagonismo de los intereses económicos, y, en consecuencia, corresponde a los trabajadores obrar como componentes de una clase específica y dirigir todos sus esfuerzos a la conquista de los medios de producción, distribución y consumo. ¿No está en esa tesis implícitamente reconocida la razón de ser del capitalismo? Propender a la conquista de las instituciones capitalistas, reconociendo la existencia del Estado o empeñándose en ignorarla, no significa un propósito de destrucción: por el contrario, se adelanta el deseo de conservar esas instituciones en la esperanza de que, bajo una nueva dirección, sirvan a los intereses de la clase trabajadora después de la derrota de la burguesía.

Cabe, pues, que formulemos esta pregunta: ¿Qué valor puede tener la conquista del poder económico por o para la clase trabajadora, si, circunscrito al cambio de directores, técnicos y administradores del trabajo y de la economía, persisten las causas del sometimiento del asalariado, la incapacidad de la mayoría para la autoproducción y autogobierno, la dependencia de hecho de las grandes masas a sus jefes y guías? De una restauración capitalista mediante el cambio de gobernantes, sale siempre fortalecido el capitalismo.

Debido a la preponderancia de los factores materiales — a la subordinación del individuo a las llamadas necesidades sociales, que regulan las potencias políticas y financieras — de la ciudad han desaparecido completamente los fundamentos éticos del comunismo. La comuna no puede tener un equivalente en los emporios capitalistas — en las modernas citys del parasitismo burocrático, de los mercaderes y politicantes —, porque toda posibilidad de colaboración desaparece bajo el peso aplastador del Estado y del capitalismo. El obrero es un simple accesorio de la máquina económica y sus ideas, sus aptitudes y voluntad se mecanizan con la disciplina del trabajo impersonal. De ahí que llegue a suponer que la vida humana depende de sus labores, no importa que sean de carácter nocivo o completamente superfluas, concediendo escasa importancia a las tareas agrícolas.

Si el problema actual, para los obreros de la industria, consiste en aumentar la capacidad del capitalismo en esa fase de la producción, ¿en qué condiciones estarán mañana para suprimir las industrias no útiles, la burocracia y el parasitismo que exigen tanto el aparato estatal como la administración y la dirección técnica de las grandes empresas? ¿Cómo harán frente al problema que significa desmontar la máquina del Estado político, substituyendo sus engranajes con los complicados resortes de la economía capitalista?

Para los pregoneros del comunismo industrial — que como vemos es una negación del comunalismo —, no tiene importancia ese problema post-revolucionario. Dentro de su fórmula («crear la sociedad nueva dentro del cascarón de la vieja») pretenden encerrar todas las contingencias posteriores a la revolución, precisamente porque aceptan la posibilidad de un gobierno de la economía después del triunfo de los trabajadores y de la caída del poder burgués. Pero el Estado económico, que es en resumidas cuentas una supervivencia del capitalismo, aun cuando cambie el orden de las clases en el usufructo del poder y de las riquezas, ¿no necesitará de un aparato gubernamental, de leyes y de ordenanzas para regirse y de ejércitos y policías para mantener su equilibrio? La conservación de la organización industrial arrebatada al capitalismo obligará a los trabajadores a conservar el resto del aparato político y judicial: el Estado.

Hay, pues, un error fundamental en ese pseudo anarquismo industrialista: es la tendencia llamada reconstructiva porque aboga por las organización del trabajo siguiendo el curso del proceso de centralización industrial y que hace depender el futuro de la humanidad de las aptitudes del obrero para transformarse en la clase dirigente. Y ese error aleja a los pueblos de las fuentes más puras de la revolución, que no tiene contenido espiritual en las ciudades invadidas por la fiebre capitalista y por la pasión autoritaria.

Para retornar a las fuentes del comunismo, sin el cual no es posible concretar en una realización social las ideas anarquistas, es imprescindible combatir toda tendencia encaminada a conservar el régimen capitalista después de la revolución. En consecuencia, debemos buscar en el comunalismo, esto es, en la raíz de las sociedades humanas, las demostraciones históricas que prueban la posibilidad de la vida social prescindiendo del capitalismo y del Estado.

En la comuna está el fundamento de las teorías anarquistas, porque la concepción libertaria no tendría una verdadera base revolucionaria si eludiera la solución del problema económico en beneficio de todos los seres humanos.

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Para los anarquistas no puede depender el hecho revolucionario del fortalecimiento del Estado. La mentalidad ciudadana, tanto por los hábitos políticos como por la prevalencia de las necesidades creadas por el régimen industrial, es refractaria a la idea del comunismo. Por eso los políticos socialistas subordinan la concepción comunista al imperativo de las necesidades que suponen están determinadas por el fatalismo histórico... que es la base «científica» de las teorías económicas de Marx.

El anarquismo, idea de libertad y justicia, tiene en la comuna su base económica. Hoy resulta un tanto difícil concebir el valor de este principio. El proletariado industrial, movido por necesidades perentorias, hecho a imagen y semejanza de la sociedad que lo esclaviza, ignora el trabajo verdaderamente creador y útil; vive desarraigado de la tierra, fuente de toda riqueza. La ciudad está en permanente litigio con la campaña, a la que domina con el poder de las finanzas, con la potencia de sus máquinas, con el arma política que forja las más odiosas tiranías y las mentiras más engañosas.

No es posible defender la integridad de las ideas anarquistas eludiendo la solución del problema campesino, que es la raíz histórica de la comuna libre. El comunalismo tiene su base en el campo, en el trabajo fecundo de las comunidades campesinas, en el retorno a la vida sencilla en contacto con la naturaleza, depurada de errores pretéritos y de las desviaciones y extravíos generados por el egoísmo y la maldad del hombre civilizado...

La simplificación de la vida traerá como consecuencia el derrumbe del sistema capitalista. El trabajo tendrá una verdadera utilidad, para la satisfacción de las necesidades fisiológicas, y la ciencia redimirá al hombre del pecado capital: la explotación. ¿Podrá el proletariado llegar a vencer las preocupaciones que hoy esterilizan sus mejores energías y libertarse de la cadena que lo ata al régimen social que cree combatir y demoler imitando a sus enemigos?

He aquí una respuesta que en vano buscaríamos en los hecho que sirven para explicar el creciente avance de las ideas autoritarias y la desviación del movimiento revolucionario por el predominio de las preocupaciones materialistas en los sectores influenciados por los teóricos del social-estatismo y del pseudo comunismo industrialista.